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Mendoza reconocida por su investigación sobre calentamiento global

Los Andes - Jueves 1 de noviembre de 2012

La tarea de los mendocinos Ricardo Villalba y Mariano Masiokas fue publicada por la revista especializada Nature Geosciencie.

El trabajo de un grupo de científicos del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla) -con sede en el CCT-Conicet Mendoza- fue reconocido a nivel mundial por su investigación sobre el impacto de los cambios climáticos recientes en el crecimiento de los bosques en el Hemisferio Sur.
 
El estudio fue realizado por un grupo de más de 20 investigadores del país, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Inglaterra y Estados Unidos, y fue publicado en el último número de la revista científica Nature Geoscience, catalogada como número uno en Ciencias de la Tierra.

En su trabajo, comandado por Ricardo Villalba y Mariano Masiokas, los científicos locales demostraron por medio del estudio de los anillos de crecimiento de los árboles (registros dendrocronológicos) que en la Patagonia argentina y chilena el crecimiento de las últimas décadas de las especies autóctonas presenta la marca histórica más baja de crecimiento de los últimos siglos, acompañados por una situación de sequía. Esto en contraposición con lo que ocurre con los árboles de Nueva Zelanda y Tasmania, al sur de Australia, que también presentan una marca histórica, pero de crecimiento superior a cualquier otro momento desde aproximadamente el año 1.700.

Según los investigadores, estos patrones anómalos en el crecimiento de los árboles responden principalmente a variaciones observadas en la Oscilación Antártica, un fenómeno que modula la intensidad y posición de los vientos que circundan el continente antártico y que determina también la cantidad de lluvia que llega a regiones como la Patagonia, Nueva Zelanda y Tasmania.

“El fenómeno ENOS (El Niño-Oscilación del Sur) es uno de los principales forzantes de las variaciones del clima a nivel global. Pero su influencia está más concentrada en las zonas tropicales y subtropicales. En Mendoza, por ejemplo, en general durante los años “Niño” (temperaturas cálidas en el Pacífico tropical), en la cordillera nieva más que lo normal.

En años “Niña”, en general, se da la inversa (temperaturas frías en el Pacífico tropical y poca nieve en la cordillera). Pero eso sucede a las latitudes de los Andes de Mendoza y San Juan. A medida que nos vamos hacia el sur hay otros procesos que tienen mayor relevancia y es lo que pasa en el Hemisferio Sur con la Oscilación Antártica. Éste es el principal forzante de las variaciones climáticas en latitudes medias y altas”, contextualizó Masiokas.

Evolución

Por medio de la dendrocronología (el estudio de los anillos de crecimiento de los árboles) se puede determinar la edad de cada individuo, se puede establecer cómo ha sido su crecimiento desde que germinó, y por medio de técnicas estadísticas se puede reconstruir cómo fueron las condiciones ambientales durante la vida de estos árboles. Por ejemplo, en zonas semiáridas donde los árboles tienen acceso limitado al agua, anillos angostos indican poco crecimiento -años muy secos-, mientras que anillos anchos connotan mucho crecimiento y años de muchas lluvias.

“Se pueden determinar las condiciones climáticas desde el momento en que se tienen registros de ancho de anillos. En la Patagonia, por ejemplo, hay árboles de varios siglos y hasta milenios de edad que permiten reconstruir el clima mucho antes de que existieran datos instrumentales”, continuaron Villalba y Masiokas.

En base a estos registros, la primera conclusión a la que llegaron los investigadores fue precisamente el contrapunto entre el escaso crecimiento observado en décadas recientes en muestras de ciprés de la cordillera, araucaria y coihue de Magallanes (especies observadas en la Patagonia), y el alto crecimiento que presentaban los árboles de Nueva Zelanda y Tasmania (especies de Oceanía).

Descartada ya la incidencia primaria del fenómeno de El Niño, que no mostró asociación con las variaciones en el crecimiento de los árboles, los científicos locales centraron el foco de estudio en la Oscilación Antártica (también conocido como AAO o SAM por sus iniciales en inglés).

“El SAM ha mostrado una tendencia positiva muy marcada en las últimas décadas. Otros estudios han encontrado que el agujero de Ozono ha afectado la circulación antártica causando esta tendencia positiva del SAM. Al parecer estos cambios en la circulación han causado que durante las últimas décadas los vientos del oeste que traen las lluvias se desplacen hacia el sur, con una disminución de precipitación en regiones como los Andes de Patagonia Norte”, explicó Masiokas con respecto a la sequía y el bajo crecimiento en la Patagonia.

“A diferencia de los cipreses y araucarias que se estudiaron en la Patagonia norte y que crecen en ambientes bastantes secos, los árboles de Tasmania y Nueva Zelanda analizados crecen en zonas frías y húmedas. El principal limitante del crecimiento en estas especies de Oceanía es la temperatura, más que la precipitación, ya que estos árboles tienen agua de sobra. Incluso en años más secos, esos árboles tienen suficiente agua, pero los años secos son también más cálidos por lo general. El aumento de la temperatura favorece el crecimiento de estas especies, que resulta en anillos más anchos en esos años”, siguió.

Por su parte, Villalba se refirió a la problemática del calentamiento global. “Los efectos indirectos del agujero de Ozono sobre la circulación del hemisferio sur parecieran ser más importantes que los resultantes del efecto directo del aumento de radiación ultravioleta en respuesta a la destrucción del ozono troposférico. Es imperioso que acuerdos como el Protocolo de Montreal que regula las emisiones de gases destructores del ozono estratosféricos sean tenidos en consideración por todos los gobiernos del mundo”, indicó.

En lo que se refiere al sur argentino, Villalba también fue contundente. “Para su normal funcionamiento, nuestros ecosistemas boscosos en la Patagonia necesitan recibir precipitaciones más abundantes, como las que tuvieron por cientos o miles de años. Nuestros bosques patagónicos cobijan especies forestales emblemáticas como el ciprés, la araucaria, el alerce, el coihue, que requieren mayores aportes de precipitación para asegurar su permanencia. La falta de precipitaciones seguramente aumentará la complejidad en las estrategias para la conservación de estas especies a través del aumento de ocurrencia de incendios, eventos de mortalidad, falta de regeneración de nuevos individuos y capacidad de recuperación frente a otras presiones ambientales como el pastoreo intensivo”, se explayó el director del Ianigla.

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