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Jóvenes, política y militancia: el futuro llegó hace rato

El Sol- Miércoles, 09 de marzo 2011

Esos jóvenes que preocupan son nuestros hijos. Nacieron durante la democracia que nos alborotó. Tuvimos la oportunidad de elegir en qué tipo de país crecían.

Nos llegó la adolescencia en los mismos días que recuperamos la democracia. Los padres decían que no nos metiéramos. Todavía tenían miedos. Pero en esos tiempos de euforia, los miedos sólo servían para desafiarlos. La política había sido un juego prohibido, un cuchicheo en la cocina. Pero nosotros nos sentíamos lo nuevo, los jóvenes de la democracia dispuestos a desafiar los resabios de la dictadura. Hablábamos de política como poseídos por la euforia orgásmica de la primera vez. Discutíamos. Lo social nos embargaba. Salíamos a la calle armados con palabras, confiando en que la verdad no se negocia y que los derechos son de todos.

Los había radicales y peronistas, socialistas y comunistas. Algunos heredaban las identidades políticas de la generación diezmada de los '70. Otros se lanzaban a sus propias búsquedas. Las calles se llenaban. Los locales partidarios se llenaban. Los recitales se llenaban. Las paredes debatían consignas. En la cancha coreaban las melodías de la música de "protesta". El rock fue un sobreviviente vigoroso del apagón cultural. Silvio y Pablo en Mendoza. El Americanto.

Habíamos digerido la revista Humor: las entrevistas de Mona Moncalvillo, Enrique Vázquez, Dolina, Sandra Russo, Guinzburg. En la tele pasaban Semanario Insólito y después La noticia rebelde. Por esos días apareció en los quioscos Tiempo Argentino, Página, diario Sur. Y El periodista, la excelente revista política dirigida por Carlos Gabetta. El doctor Monetti le regalaba cada nuevo número a mi abuelo Aníbal. Yo me encerraba a devorarlas. Las escudriñaba implacable, como cada nueva canción de Víctor Heredia. Todo tenía una lectura social y política. Había poca tolerancia para la licencia poética. Quizá por ese tiempo empecé a mutar mi vocación literaria por lo periodístico.

Lo cotidiano nos involucraba y nos formaba en el clima bullicioso de libertades. El cajón de Herminio. El rezo laico de Alfonsín recitando el preámbulo. El juicio a las Juntas. La presión del FMI y los paros generales. Muchos participábamos. Resistíamos el uso del uniforme escolar y armábamos los centros de estudiantes. En esos días, un compañero me advirtió que su tío era militar y le pedía nombres de alumnos subversivos (hace poco me lo encontré y me resumió su carrera de uniformado).

Un día mi papá nos levantó a los tres hijos: tienen que venir, es un momento histórico. La Plaza Independencia estaba llena de gente. Se cargó a mi hermana en los hombros y nos tuvo a los dos mayores al lado. En la tele vimos después a los carapintadas rendirse y al presidente de la democracia vaciar las plazas proclamando el orden. Quizá, con la vigilia de Semana Santa se terminó una época.

Muchos resistieron los años oscuros, el desmembramiento del sueño de solidaridad, igualdad, libertades. Muchos se adaptaron a la lógica del sálvese quien pueda de la década turra. En "The Palermo Manifiesto", Esteban Schmidt declama las frustraciones de esa generación que un día creyó, pero terminó de resignarse con De la Rúa.

Los pibes de la democracia, revival

Todo este cuento viene al caso porque algo está pasando nuevamente en las plazas y en las calles. En las aulas. En el Internet.

Adolescentes y un poco más grandes también, están volviendo a la preocupación por lo social. Los pibes hablan de política. Discuten de derechos. Los hay peronistas y radicales, socialistas y comunistas. Los hay de derechas y también indiferentes. El compromiso por lo colectivo vuelve a tener sentido, como cuando nos reventábamos los granitos, nos vestíamos a lo Miami Vice para bailar Madonna, los Enanos o Soda. Quizá sean las nostalgias adolescentes de un cuarentón que se pregunta en qué se gastó la mitad de la vida. Pero mis amigos me cuentan lo mismo: los pibes se están entusiasmando, se vuelve a hablar de militancia en los partidos y organizaciones sociales.

Con el tiempo las ideas son las mismas, las frases cambian. Hace 25 años nos decían que confundíamos libertad con libertinaje. La democracia había traído exceso de libertades y los jóvenes de entonces no estábamos preparados para administrarlas. Hoy, los dispositivos del control apelan a la deslegitimación y la criminalización. Son boludos útiles, dicen. Van a los actos por el porro o por lo planes sociales, espetan. En sintonía, se repite el discurso de la inseguridad que intenta contraponerse a cualquier intento de ciudadanía social. Control como contracara de derechos. Encierro en lugar de educación, salud, formación cívica. Baja de edad de imputabilidad, sin discutir las capacidades estatales de dar respuesta, el escaso rol infantil en los delitos más graves y el aumento de la criminalidad que provocan las políticas de segregación basadas en la privación de la libertad. Es decir, crear más lugares de encierro cuando se sabe que las cárceles fortalecen las culturas delictuales y son nodos para la consolidación de redes criminales.

Los mecanismos de control sobre la juventud y la infancia se conservan: hay que controlarlos porque no saben lo que hacen. Están engañados o se pueden lastimar. La lógica tutelar define desde el punto de vista de los adultos lo que los pibes deben ser y hacer. Pero sin involucrarlos. Cuándo se están desviando del molde hay que corregirlos. Las miradas tradicionales sobre la juventud e infancia las mencionan como algo que aún no es, que será. Los jóvenes son el futuro. Algo joven es algo deseable pero incompleto. Inmaduro. Adolescente, porque adolece de la plenitud adulta. Esta es la mirada centrada en lo adulto se sostiene sobre el menosprecio de lo joven, como lo incompleto, que no está preparado para disfrutar de los mismos derechos.

Parece que olvidamos el rol que los jóvenes han tenido en la historia. Fueron jóvenes conflictivos los que impulsaron la Revolución de Mayo: Moreno, Castelli, Belgrano. Fueron jóvenes rebeldes los que sentaron las bases institucionales de la Argentina. ¿Acaso no fue Sarmiento un joven "complicado"? Muchachos difíciles impulsaron la revolución de 1895 contra el régimen conservador, hicieron la reforma universitaria de 1918, salieron a las calles en octubre de 1945 y se enfrentaron a todas las dictaduras. Desde hace medio siglo, con más fuerza, la juventud es un actor político relevante.

Lo que el espejo refleja

Contra las miradas tradicionales es necesario entender de una vez que la infancia y la juventud son el presente. Están aquí, tienen mucho para decir y hacer. La respuesta no pasa por el control y la descalificación. Hay que incorporarlos formalmente a las instituciones y espacios de decisión. Se ha hecho y queda mucho por hacer.

Paradójicamente, esos jóvenes que preocupan son nuestros hijos. Nacieron durante la democracia que nos alborotó. Tuvimos la oportunidad de elegir en qué tipo de país crecían. Ahora nos cuestionan el inmovilismo o nos muestran los abismos entre lo que quisimos ser y lo que nos permitimos ser.

Yo estuve en la marcha de defensa del agua en la Legislatura. Cómo que estuviste. Si, estuve, porque pasó la marcha y nos metimos; y te digo no hubo destrozos como dicen. Se descolgó un micrófono y se rompió un tapizado, pero nada más. Y vos qué hacías ahí, quién te dio permiso. Mirá pa, a mi me interesa. Vos me mandaste a una escuela ambientalista. Pero no tengas miedo pa que no pasó nada.

Si leés las noticias te das cuenta que algunos tienen otros interesas y por eso cuentan las cosas diferente. Pero qué me preguntás tanto pa, si vos siempre estás contando lo que hacían en el centro de estudiantes, que iban a los recitales, que hablaban de política con tus compañeros y me jodés para que lea los libros que te comprás.

Ellos están reviviendo los entusiasmos de una generación que nació en la dictadura y maduró en el apogeo neoliberal. Confirman la vigencia la letra de los Redondos: "el futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves. Veámoslo con tus ojos... el futuro ya llegó... llegó como vos no lo esperabas. Todo un palo, ya lo ves". Nos la cantan en la cara.

Martín Appiolaza es director del Centro de Estudios de Seguridad Urbana de la UNCuyo, periodista. 

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