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INV, el sello de calidad que hay detrás de cada botella de vino

Uno - Lunes 12 de noviembre de 2012

El Instituto Nacional de Vitivinicultura es uno de los organismos de control más prestigiosos del país. En 10 años, modernizó laboratorios, duplicó el plantel técnico e informatizó todos los datos.

“El Instituto Nacional de Vitivinicultura nació como un organismo para combatir el fraude y la adulteración de los vinos”. Con esa frase, el ingeniero Guillermo García, al frente de la institución, sintetiza el trabajo que se realiza desde hace 53 años. En la actualidad, el INV cuenta con la más avanzada tecnología para analizar las muestras que todas las bodegas mendocinas envían para determinar si cumplen con los parámetros exigibles, tanto para el consumo interno como para la exportación.

Desde hace poco más de una década, el sector vitivinícola nacional, con Mendoza como uno de los polos principales de producción, experimentó una expansión sin precedentes. Al mismo tiempo, gran parte de los viñedos se reconvirtieron a uvas finas, para ubicar la producción en el mercado internacional. El crecimiento del sector produjo también un avance notable en el INV.

En los laboratorios de la sede central del instituto se analizan todas las muestras que envían las bodegas del Gran Mendoza y del Este. Desde la graduación alcohólica hasta el color, cada uno de los valores estudiados por los técnicos determinan si un vino es apto para el consumo y si bien cumple con los estándares de exportación.

“La idiosincrasia de la industria ha cambiado mucho desde hace 10 años a esta parte. Esto nos ha obligado a una modernización y optimización de todos los recursos. Hoy, nuestros laboratorios trabajan a doble turno, con un equipo de 40 técnicos”, detalla Gladys Ranzuglia, a cargo de la subgerencia de Fiscalización y Normalización Analítica.

Recorrer los laboratorios del INV sirve para mensurar el trabajo de control que hay detrás de cada botella de vino que llega a la mesa de un consumidor. “Los controles de calidad que se le aplican al vino son mucho más exigentes que los que rigen para la mayoría de los alimentos”, asegura Ranzuglia.

Muestras rotuladas de distintas bodegas, desde las de mayor renombre, hasta las de una bodega boutique se entremezclan en un mundo de probetas, tubos de ensayo, tablas periódicas y computadoras. Los vinos deben pasar por ellos para obtener un certificado de análisis, que tiene un costo casi simbólico y que convalida partidas aptas para la exportación de hasta 100.000 litros.

El INV suele enviar muestras y resultados a todos los laboratorios que tiene en el país. “Es una manera de saber cómo estamos haciendo las cosas. Por encima nuestro no tenemos una entidad que fiscalice nuestro trabajo, por eso apuntamos también al autocontrol”, aunque también hay contacto con los laboratorios más importantes del mundo.

Ante tanta fiscalización, la pregunta surge rápido: ¿son muchas las muestras que no pasan los controles? Para decir que no, que son muy pocas, hay una clave: la mentalidad de los empresarios. “Hay un cambio de mentalidad que acompañó la expansión del sector. Y es que las bodegas saben que para poder ubicar sus productos necesitan estar a la altura de las circunstancias. Ya no hace falta que el organismo de control lo persiga para que cumpla”, opina Ranzuglia.

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