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Ese enorme placer de transformar una pared abandonada en un mural

Uno - Jueves 13 de junio de 2013

Asfáltico es un grupo de jóvenes artistas que decidieron expresarse más allá de una muestra pictórica y socializar su arte pintando murales en la calle.

La pared mixta de adobe y ladrillo de antaño está destruida. Ese costado de la ciudad parece haber quedado olvidado del progreso que fundamenta otras construcciones. En un momento se acerca un grupo de jóvenes, sacan un bolso que contiene varias latas de aerosol, bajan de una camioneta unos cuantos tarros de látex y comienza la transformación. El dedo índice de uno de los integrantes de Asfáltico presiona con sutileza la válvula y sale un trazo de pintura que recorre la pared y se esfuma. Con un pincel en la punta de un extensor de unos 3 metros, otro de estos artistas va bosquejando el borde de un formato indescifrable. Para cualquier desprevenido que pase por allí, el dibujo parece no tener pies ni cabeza, pero en cuestión de minutos, con otros tantos trazos calibrados y algunas pinceladas, empieza a revelarse un mural que dará vida a esa antigua fachada de ladrillos rotos.

Pintar un mural en Mendoza supone mucho más que encontrar una pared abandonada y tener la plata para costear los $24 que cuesta cada lata de aerosol y algunos tarros de látex. Acá hay que ponerle el cuerpo al tema, hacerles entender a los policías que no se está “dañando la propiedad privada” y, a los vecinos, que quienes pintan no son unos “drogones que andan manchando la ciudad”. El grupo Asfáltico encontró la manera de vencer todos estos prejuicios en un fundamento que los moviliza: socializar el arte.

Tienen entre 25 y 28 años, y la mayoría ya está a un tris de coronar su paso por la Facultad de Arte de la Universidad Nacional de Cuyo, pero luego de haber buscado y desandado su propio camino artístico, hace un par de años estos seis jóvenes artistas entendieron que si seguían exponiendo sus pinturas en muestras o museos, ese arte terminaría siempre siendo elitista, llegando finalmente a las mismas personas, del mismo “circuito artístico”, que en definitiva eran las únicas que podían disfrutarlo. Por eso quisieron derribar esas paredes y sacar su arte a las calles, plasmándolo en murales urbanos.

Aunque quisieran camuflajearse en los trabajos de comerciantes o empleados públicos que cada uno tiene para sobrevivir, cualquier detallista podría descubrir en ellos su verdadera vocación de artistas. Todos tienen alguna salpicadura de pintura en las zapatillas o en el jean, a todos se les notan los dedos gastados por los solventes y sólo basta pasar con ellos unos pocos minutos para que se distiendan y admitan que esa misma mañana todos llevan en sus mochilas un par de aerosoles de pintura, por si de camino a sus casas encuentran una pared abandonada y les surge esa indescriptible necesidad de dejar su “vómito” artístico allí.

“Nosotros decimos que es como un vómito artístico, es eso que te sobreviene en un momento y no podés ni controlar ni disimular. Es un dibujo pequeño, que puede tener una gran significación artística y que busca, como los murales que hacemos, dejar algo para que otro pueda disfrutarlo y quizás al verlo le llegue algo de lo que motivó ese dibujo y se vaya a su casa pensando en otra cosa que no sean solamente sus problemas”, cuenta Sin Filtro, tal el seudónimo de Kevin Suárez, uno de los seis pilares de Asfáltico, este grupo de artistas que pregonan el “street art” y plasman sus dotes en las paredes del Gran Mendoza.

“En Mendoza hay varios grupos de street art y todos tienen su sello propio. Están los que se inclinan más por el diseño y otros más cercanos al grafiti. Nosotros buscamos romper con la estética y plasmar en nuestros murales lo híbrido de una sociedad como la nuestra. Por eso elegimos los mutantes, que para nosotros representan aquella hibridez”, define José Pavez y sus palabras cuentan con la anuencia de todo el grupo.

El arte como inclusión social

La reunión con este grupo de artistas se da en la parte trasera de una tapicería de Ciudad, que hace las veces de búnker de creación y depósito de pinturas, escaleras y extensiones de rodillos y pinceles. Es notorio cómo al llegar a ese lugar, su lugar, ellos se mueven en su ambiente y surgen espontáneamente los inicios de esta asociación artística, que ya cumplió dos años.

“Las casualidades no existen”, terminarán coincidiendo todos al consultares cómo se dio la fusión del grupo. Así surge que, en medio de la búsqueda de su sello artístico, cada uno de ellos ya sentía que la expresión de su arte se agotaba en las muestras o en los museos y siempre llegaban las voces de las mismas personas –familiares o amigos– que adulaban o criticaban, pero eran las mismas voces. En medio de esa disconformidad, aparecieron en la escena de sus vidas las estimulantes personalidades de sus profesores Raúl Castromán y Eduardo González, poniéndoles ante sí un desafío artístico que pareció no tener retorno: invitarlos a ser parte de un programa de la Facultad de Arte para la inclusión social.

“Nos convocaron a hacer murales en distintas escuelas del Gran Mendoza, con la idea de acercar el arte a los niños y que ellos se involucraran con la pintura y fueran descubriendo las posibilidades que les brindaba, fundamentalmente para expresarse a través de ella. Así pintamos seis murales en colegios y eso fue un flash, ver cómo los chicos se iban sumando de a poco, cómo proponían las temáticas para pintar, es como si hubieran estado esperando que alguien les diera esa posibilidad para dar vida a lo que necesitaban decir”, cuenta José Pavez, como repasando aquellas imágenes mientras las relata.

Sin poder despegarse de una lata de aerosol que pasa de una mano a otra, Ignacio Fernández Villegas, otro de los Asfáltico, acota una anécdota: “En medio del proyecto fuimos a pintar a una escuela del barrio San Martín y al principio notamos que los chicos era muy territoriales, no se acercaban o miraban desde lejos, o pasaban y nos deliraban, pero después, cuando el mural fue tomando forma, empezaron a preguntar si podían pintar, se fueron copando con el proyecto y después no podían dejar de pintar. El otro día pasamos por ahí y donde está el mural es la única pared que no está rayada”, recalca con un orgullo indisimulable.

“Es difícil de explicar, pero para nosotros pintar un mural un fin de semana supone un placer indescriptible. Y no es sólo por alimentar el ego y trascender, dejando algo nuestro en una pared, lo hemos hablado mucho y significa también trascendernos, buscar ir más allá de nosotros y dejar en esa pared lo que somos y lo que creemos”, busca sintetizar Kevin Suárez.

Pasión por el street art y sus códigos

Como si se tratase de una fuerza superior que los domina, estos seis artistas urbanos parecen no poder soportar demasiado la pulsión que les genera una pared abandonada. Cuando alguno la detecta, la voz se corre enseguida y la reunión es casi inmediata. La sensación parece asemejarse a aquel primer bastidor en blanco que los llamaba en sus inicios y ninguno de ellos podría negarse a esa tentación.

“Yo trabajo de delivery y cuando voy en la moto por la ciudad no puedo dejar de mirar paredes. Cuando descubro una abandonada, la marco y vuelvo a pasar para ver si alguien le hizo alguna mejora o si en verdad está abandonada. Si es así, les cuento a los chicos y empieza la gestación del mural”, admite Kevin, quien de alguna manera se hizo cargo del rol de detector de paredes. Ese es el principio, después vendrá el consabido contacto con el dueño, si lo hay, o la charla para explicarle a la Policía o algunos vecinos que no están “dañando la propiedad privada”, sino que buscan darle vida con una expresión artística.

“Pintamos mutantes, que para nosotros reflejan lo híbrido de nuestra sociedad. Todos tenemos distintos estilos, pero buscamos que nuestros murales sean un diálogo de la técnica de cada uno y que quede plasmado algo que genere en el transeúnte un momento artístico de reflexión. Si esa persona se detiene un segundo frente al mural y este le devuelve algo que por un momento lo saca de sus preocupaciones diarias y le genera un disfrute, ya estamos pagados”, se sincera Adrián Zotto, dueño de una voz que le adosa a su perfil artístico un gran futuro como locutor o tenor.

Pero sacar su arte a la calle también supone un riesgo: que aquel que no valore esa expresión artística no tenga empacho en destrozarla o garabatearla impunemente. O incluso están los que, amparándose en el hecho de que esa obra está al alcance de todos, no encuentran impedimento en dejar en ella un mensaje o un grafiti con su nombre o el de su amada. Sin embargo, existe en la calle un código que sólo los artistas conocen y respetan.

“Acá hay varios grupos de street art y todos son muy buenos y han desarrollado su propio sello. Por eso, cuando un grupo hace un mural en una determinada pared ya está marcando su territorio y eso se respeta. Por un lado, el grupo autor tiene la responsabilidad de mantener el estado del mural y si no es así, suponé que pasaron dos años y nunca le hizo nada a ese mural para mejorarlo, quien vaya a pintar allí sabe que tiene que hacer algo superador, que artísticamente aporte algo más que aquel viejo mural”, cuenta José Pavez y recuerda que en estos dos años sólo les dañaron un mural.

El código callejero también establece que hay paredes “que son de todos”, como es el caso del paredón de calle Perú, entre Las Heras y Suipacha, de Ciudad, en donde todo el mundo expresa lo que se le antoja.

“Una vez nos denunciaron y la Policía nos llevó a una comisaría de San José. Ahí estábamos cuando llegó un hombre que acababa de chocar. Nosotros explicábamos que lo que hacíamos era arte y teníamos la autorización del dueño de la pared. En ese segundo el hombre se acercó y nos preguntó si éramos Asfáltico, porque dijo que cuando iba a la Policía lo único que lo sacó del espanto que vivió en el choque habían sido un par de murales nuestros que había visto de camino”, recuerda Adrián Zotto.

Dejar un trabajo y vivir del arte

Para cumplir con esa pasión de pintar, los Asfáltico suelen ingeniárselas para conseguir restos de tarros de pinturas que logran trocar por alguna gaseosa con los empleados de algunas fábricas que hacen mezclas y hasta encontraron la forma de fusionar los aerosoles para aprovechar hasta el último suspiro y, a la vez, conseguir nuevas tonalidades. Pero después de haber dejado su huella en varias paredes de Ciudad, Godoy Cruz o Guaymallén, comenzaron a llegar las contrataciones. “Nos llamaron para hacer un mural junto a una tapicería y en un hostel de San José y también nos contrataron en Córdoba. Nosotros creemos que es un proceso cultural que se está dando lentamente en Mendoza y la sociedad va abriéndose de a poco a este tipo de expresiones artísticas. La verdad es que es muy gratificante que cada vez más personas piensen en el arte como una manera de embellecer sus lugares y apuesten al mural”, dice José, mirando una de esas obras que quedó plasmada en la calle Buenos Aires, a metros del Acuario municipal de Ciudad.

Pero la pasión no entiende de bajos presupuestos y sale así sin más. Eso vuelve a ocurrir una tarde de viernes y la pared elegida es un muro abandonado de la calle paralela a la Costanera, casi O’Brien, de Guaymallén. Allí tienen previsto dar nacimiento a dos mutantes, uno tomando café y otro, notoriamente más destrozado, vendrá al mundo con una botella vacía en la mano. Cuando llego, no veo en la pared más que lineamientos y junto a mí se detiene un niño que parece tener la misma impresión que yo. Sin embargo, el lunes, cuando vuelvo al diario, me detiene un semáforo y descubro a varios chicos admirando el mural acabado de los Asfáltico, que una vez más consiguieron lo que se propusieron.

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