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Buscan preservar el algarrobo y regular el uso de su madera

Los Andes - Domingo 22 de setiembre de 2013

En los '70 la deforestación generó la prohibición de su tala. Hoy, científicos mendocinos quieren determinar cuáles son los sitios donde puede ser explotado.

Desde fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX se produjo en Mendoza, Catamarca, La Rioja y San Juan una intensa deforestación de bosques de algarrobos.

No fue malintencionada, pero sí despiadada y estuvo acompañada por la explotación industrial que encontró en esta madera (que abundaba en estas regiones) la materia prima para durmientes de vías de tren, carbón, leña y postes para el sistema de conducción de los viñedos.

Sin embargo, a fines de la década del 70 los investigadores detectaron que semejante tala había afectado considerablemente al ecosistema y se pasó al otro extremo: prácticamente quedó prohibido el uso de madera de algarrobo para cualquier finalidad, intentando preservar lo que quedaba.

Es que, además de su fin industrial, cumple funciones claves para las comunidades lindantes como son dar alimento (con su fruta, la algarroba), ropaje, pasto y tierra fértil a sus alrededores -aprovechada para la ganadería- y sombra en zonas áridas y desérticas.

Pablo Villagra es investigador del Ianigla (CCT) y desde hace 20 años trabaja en un proyecto de conservación, reforestación y comportamientos de estas especies. En Mendoza la concentración de reservas de estos árboles está nucleada en cuatro bosques y áreas protegidas: Telteca (Lavalle), delta del río Tunuyán, Reserva Ñacuñán (Santa Rosa) y en General Alvear.

"En la provincia hay casi dos millones de hectáreas de bosques de algarrobo, pero eso no significa que toda la superficie esté cubierta por árboles. Es lo que se llama bosques abiertos, donde los árboles sólo cubren el 30% de la superficie", explicó Villagra, quien también está trabajando en el estudio junto a investigadores y becarios del Ianigla y otras instituciones (Facultad de Ciencias Agrarias, Iadiza, INTA, universidades de San Luis y de Córdoba).

La finalidad del trabajo no es volver a restringir el uso de algarrobo para leña, carbón y otros derivados (más teniendo en cuenta que es la madera más común a la que se recurre), sino más bien determinar los sitios y especies que están en condiciones de ser usados para ello y cuáles son preferibles preservar.

"Prohibir su uso sería sacarle recursos a los pobladores locales, teniendo en cuenta que hay gente que vive de los recursos del árbol. Cada zona hay que trabajarla de forma distinta, porque cada una tiene sus características. Por ejemplo, en Alvear el principal problema son los incendios, en la zona de Santa Rosa y La Paz fue la tala rasa que se hizo cuando se trazó el recorrido del ferrocarril, mientras que en los bosques Telteca la dinámica es distinta, teniendo en cuenta que los árboles están protegidos por los médanos y hay comunidades que viven del bosque", se explayó el investigador, quien además es docente de la facultad de Ciencias Agrarias de la UNCuyo.

Según el criterio de Villagra, justamente los bosques de la zona del departamento de Alvear son los más comprometidos. "Telteca y Ñacuñán son áreas protegidas, pero en Alvear tienen en promedio un incendio cada cinco años y ya ha sido afectada el 85% de la superficie", explicó.

De larga data

Uno de los pioneros en mostrar interés científico y preocupación por la situación de los bosques de algarrobo en Mendoza (y todo lo que se conoce como provincia biogeográfica del monte) fue Fidel Roig. Junto a su equipo, el ingeniero agrónomo y botánico mendocino advirtió hace un cuarto de siglo que los bosques de algarrobo estaban en retroceso y quisieron ver qué se podía hacer al respecto, con un trabajo especial en los lugares donde quedaran estos ejemplares.

"Se ha hecho, y se sigue haciendo, todo un trabajo para determinar dónde se encuentran los algarrobos y cómo se distribuyen. También nos detuvimos en cómo funcionan, sus funciones dentro del ecosistema y cuáles son los factores que llevaron al retroceso", indicó Villagra.

El uso y abuso desmedido de esta madera originó que se reduzcan los bosques en la primera mitad del siglo XX y que se pierda su superficie y estructura.

"Se dio una situación de erosión genética, donde se sacaban los árboles de mayor valor económico, los de mayor altura. Y mientras, iban quedando los más chicos y que menos recursos tenían. El problema con esto fue que se perdía también el servicio que brinda dentro del ecosistema, por ejemplo al dejar de generarse pasto para sustentar a otros organismos", amplió el científico.

Si bien el trabajo del CCT aún está en marcha, hasta el momento se ha logrado determinar cómo logran subsistir estos árboles en zonas donde difícilmente las precipitaciones anuales superan los 350 milímetros.

"En Lavalle los bosques se ubican entre los médanos y se alimentan con agua freática, de las capas subterráneas. En Tunuyán, en tanto, logran hacerlo al encontrarse alrededor de los ríos, algo similar a lo que sucede en Alvear. En Ñacuñán no lo hemos logrado determinar bien ahí, pero entendemos que es porque las lluvias están cercanas a los 350 milímetros y la utilización de perfiles profundos húmedos", indicó, poniendo especial énfasis en algunos de los resultados a los que ya han llegado con el estudio de estas especies.

Teniendo en cuenta que el trabajo que están encarando apunta a conocer cuánto producen los árboles, cuándo y cómo se puede extraer la madera y cómo se pueden recuperar los bosques degradados; Villagra determinó que se han identificado áreas prioritarias de conservación.

"Dentro de Telteca, por ejemplo, hay un núcleo bien concentrado. Pero la periferia está más afectada. En el Este hay zonas de donde podría sacarse madera, pero primero hace falta trabajar en una estrategia sobre cómo sacar, en qué momento. Es parte de una planificación bien pensada de los planes dasocráticos", continuó Villagra.

El principal problema radica en que, tanto para hacer leña como carbón, el algarrobo sigue siendo la madera más usada en la región. Y en los años en que se restringió el uso no se buscó un sustituto, sino que se trajo madera de algarrobo de las otras provincias del oeste donde abunda. "No se solucionó el problema, sino que se exportó porque se trasladó la explotación a otra zona", aclaró.

Recuperación y regeneración

Además del estudio para determinar cómo actuar en esos bosques extrayendo materia prima y preservando las especies, los investigadores están trabajando en la regeneración. "El principal problema es que los algarrobos tardan muchos años en pasar de un estado juvenil a ser una planta grande. Esto se da cuando las raíces llegan a la freática. Nosotros tenemos expectativas de recuperar áreas y conservar las que ya existen", siguió Villagra.

Este estudio fue tenido en cuenta al momento de sancionar la ley provincial de ordenamiento de bosques nativos (dentro de la ley nacional de bosques) y que obliga a la provincia a ordenar sus especies en tres clases de conservación: roja (bosques que no se pueden tocar), amarillo (puede haber intervención, pero tiene que mantenerse el ecosistema forestal) y verde (se puede autorizar a desmontar de ser necesario).

"El algarrobo es una especie clave, porque de ella dependen otros organismos. En el análisis del uso y su forma de uso se destaca, por ejemplo, lo que es la poda de formación. Esto permitiría sacar ramas para darle uso de poste, leña o carbón sin matar el árbol. Le sacás competencia a otras ramas para que crezca mejor, incluso", especificó el investigador.

En lo que tiene que ver con plantación de nuevas especies, Villagra indicó que se han hecho varias experimentales con los distintos tipos de semilla.

"Esto tiene que ver con la reforestación. El Iadiza cuenta con una colección de semillas de distinta procedencia y la idea es ver qué tipo de semilla es mejor en cada ambiente. Eso es lo que se llama evaluación de germoplasma. Por ejemplo, se están haciendo pruebas de forestación en ambientes salinos de San Juan con el objeto de evaluar el potencial de esta especie en ambientes donde no se dan otras especies forestales. Es muy importante el resultado de estas pruebas".

"Antes había una contraposición y se pasó de la tala desmedida a la restricción. Hoy tenemos que apuntar a un uso sustentable, para que dentro de cien años nuestros herederos tengan la misma cantidad de recursos. O más", sentenció.

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