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A comer y comer que se acaba el mundo

Página 12 - Lunes 28 de julio de 2014

Un estudio publicado por la Sociedad Argentina de Nutrición determinó que en familias en las que las madres presentan signos de estrés, se duplicó la obesidad infantil. Sostiene que las conductas compulsivas de los padres alteran las señales de saciedad en los niños.

Por Pedro Lipcovich

Un estudio realizado en Mar del Plata encontró que, en familias donde las mamás presentaban signos de estrés, la proporción de chicos con obesidad se duplicaba. En estas familias, casi el 20 por ciento de los hijos resultó obeso. Los investigadores también midieron la “inseguridad alimentaria” –la carencia de alimento o el temor a esa carencia– y encontraron que, en familias que la han padecido, cuando su situación económica mejora y cuentan ya con la posibilidad de alimentar bien a los hijos, ahí tiende a aumentar la obesidad, “como si la madre se dijera: ‘Vamos a aprovechar y comer porque no sabemos si esto puede revertirse’”. Estos datos se generan en el contexto de un grave aumento de la obesidad infantil: especialistas advierten que los primerísimos años de la vida definen la obesidad futura y que “hay conductas compulsivas de los padres que conducen a alterar las señales de saciedad del niño”. En cuanto a los pediatras, es esencial que en esos años detecten precozmente el sobrepeso infantil, para lo cual hay nuevas pautas de examen clínico.

El trabajo “Inseguridad alimentaria, estrés materno y sobrepeso en niños que asisten a dos salas municipales” fue realizado por Sergio Scacchia, María Belén Ferrari, Leandro Leoni y Paula Rodríguez, y publicado en la revista Actualización en Nutrición, de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN). Los investigadores tomaron una muestra de 90 niños de entre 1 y 18 años de edad, y consideraron dos variables: la inseguridad alimentaria –es decir, el grado en que la familia carece de suficiente alimento o teme carecer en el futuro– y el grado de estrés de la madre, en función de factores físicos, mentales, financieros y familiares. La proporción de chicos obesos fue del 9,89 por ciento en los hogares sin estrés y subió al 18,68 por ciento en los hogares con estrés. En cambio, no se encontró correlación entre inseguridad alimentaria y sobrepeso. La investigación concluye que “la detección y atención de los factores de estrés materno en familias de bajos ingresos redundaría en un beneficio para los niños”.

Sergio Scacchia –autor principal del trabajo, investigador en la Universidad Fasta y en las universidades Cemic y de Belgrano– explicó que “para medir el estrés materno utilizamos un cuestionario validado internacionalmente, con preguntas que incluyen lo económico y lo familiar, caracterizando distintas variables que globalmente se califican como estrés materno. Y para medir la inseguridad alimentaria consideramos dos dimensiones. Una es la inseguridad alimentaria percibida: si la familia no tiene un horizonte de ingreso seguro, si siente que en algún momento no contaron con suficientes alimentos. La segunda dimensión se obtiene de un parámetro objetivo, que es comparar los ingresos familiares con el índice de pobreza”.

Scacchia señaló que “el trabajo permite detectar una especie de brecha: cuando hogares que han vivido bajo inseguridad alimentaria empiezan a sentir mayor seguridad, entonces es cuando el estrés de la madre se correlaciona más claramente con la obesidad en los chicos. No sabemos con certeza por qué; una hipótesis es que, cuando cede la inseguridad alimentaria, la madre se diga algo así como: ‘Vamos a aprovechar y comer porque no sabemos si la situación puede revertirse’”.

Más allá de esto, “encontramos, tanto en los chicos como en sus madres, más proporción de sobrepeso y obesidad de la que habíamos supuesto”.

Esteban Carmuega, director del Cesni (Centro de Estudios en Nutrición Infantil), comentó que “en la Argentina, como en gran parte del mundo, la obesidad acompaña un fenómeno de transición epidemiológica: en un primer período de esta transición se da una mayor prevalencia de obesidad en los grupos sociales más opulentos; en estadios avanzados de esta transición, la obesidad prevalece en los estratos sociales más bajos. Y hay datos de que hoy, en la Argentina, la obesidad en estratos bajos se observa en las mujeres en edad fértil: sus embarazos cursan con mayor obesidad”.

Carmuega precisó que “según una recopilación efectuada por el Cesni, que reúne investigaciones efectuadas en distintos lugares del país en los últimos cinco años, el 20 por ciento de los niños y adolescentes y el 40 por ciento de los escolares padecen sobrepeso. Se observa que el inicio del exceso de peso sucede a más temprana edad, por debajo de los seis años: muchos de los factores condicionantes se instalan en los primeros años de la vida”.

“La incorporación de alimentos a partir del sexto mes de vida –advirtió el titular del Cesni– no sólo conforma la calidad y variedad en los hábitos alimentarios para cuando el niño llegue a la adultez sino que ésa es la etapa en que el niño aprende, o no, a respetar las señales de la saciedad. No es sólo la composición de los alimentos sino la manera en que la madre actúa con el niño: hay conductas compulsivas que conducen a alterar las señales de saciedad en el niño. El funcionamiento de los centros cerebrales que regulan la cantidad ingerida se configura por aprendizajes tempranos. Un factor de riesgo de obesidad se instala, por ejemplo, cuando se lo obliga al nene a comer todo lo que hay en el plato, aun cuando ha manifestado de algún modo que ya fue suficiente para él.”

Otro factor de riesgo es “la incorporación temprana de la preferencia por lo dulce –señaló Carmuega–. Todos nacemos con predisposición natural al sabor dulce, lo cual tiene la función biológica de que aceptemos la leche materna. El gusto por los demás sabores se desarrolla por aprendizaje. Pero este aprendizaje puede resultar distorsionado por la insistencia en alimentos dulces y muy especialmente cuando se asocia el sabor dulce con la gratificación. Por supuesto no se trata sólo de la madre. Si el papá llega habitualmente del trabajo con golosinas, si los abuelos vienen con los bolsillos llenos de caramelos, si la familia consume habitualmente bebidas azucaradas en la mesa, entonces se va estableciendo un umbral más alto para el estímulo dulce, y el niño quedará más expuesto a un consumo excesivo de azúcar durante el resto de su vida”.

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